miércoles, 17 de noviembre de 2010

EL MAESTRO DEL SILENCIO.....OSHO

10. EL MAESTRO DEL SILENCIO

Un día, Buda iba a dar una charla especial, y miles de seguidores vinieron de muchas millas a la redonda.
Cuando Buda apareció, llevaba una flor en la mano. El tiempo pasaba y Buda no decía nada.
Sólo miraba la flor.
El gentío se impacientaba, pero Mahakasyapa, que ya no podía contenerse, rió.
Buda le hizo seña de que se acercara, le entregó la flor y le dijo a la gente:
Tengo el ojo de la enseñanza verdadera. Todo lo que puede darse con palabras, os lo he dado; pero, con esta flor, le doy a Mahakasyapa la llave de esa enseñanza.

La llave de todas las enseñanzas, no sólo de un Buda sino de todos los maestros —Jesús, Mahavira, Lao-Tse—, no puede ser transmitida mediante la mente. No se puede decir nada acerca de ella. Cuanto más digas, más difícil se hará la transmisión, porque un buda y tú vivís dimensiones tan diferentes —no sólo diferentes, sino diametralmente opuestas— que cualquier cosa que diga un buda será malinterpretada.

Oí contar que una tarde tres mujeres ligeramente sordas se encontraron en el camino. Era un día muy ventoso, así que una de ellas dijo:
—Vaya viento, ¿no os parece?
—¿Viernes? No, hoy es martes —exclamó otra.
—¿Más té, dices? Yo también tengo sed, vamos al restaurante a tomarnos una taza de té —comentó la tercera.

Eso es lo que ocurre cuando un buda te dice algo. Dice: «¿Viento?». Tú dices: «¿Viernes? No, hoy es martes». El oído físico funciona bien, pero falta el oído espiritual. Un buda sólo puede hablar con otro buda, ése es el problema, y con otro buda, no hay necesidad de hablar. Buda debe hablar con quienes no están iluminados. En ellos existe la necesidad de hablar y comunicarse, pero también es cierto que la comunicación es imposible.

Se cuenta que un santo mahometano, Farid, pasaba cerca de Benares, donde vivía Kabir. Los seguidores de Farid dijeron:
—Sería maravilloso que Kabir y tú os encontrarais; sería una bendición para nosotros.
Lo mismo le ocurrió a Kabir con sus seguidores. Se enteraron de que Farid pasaba por allí, de modo que le dijeron a Kabir que sería una buena idea que Farid pasara unos días en el ashram.
Los discípulos de Farid dijeron:
—Que vosotros dos hablarais sería una gran oportunidad para nosotros; nos gustaría oír qué tienen que decirse una a otra, dos personas iluminadas.
Farid rió cuando los discípulos comentaron esto y repuso:
—Habrá un encuentro, pero no creo que nadie hable. Pero vayamos a ver.
Kabir accedió:
—Invitad a Farid. Que venga y se quede; pero quien hable primero demostrará que no está iluminado.
Farid fue; Kabir lo recibió. Rieron y se abrazaron, luego se sentaron en silencio. Farid permaneció allí durante dos días, y pasaron muchas horas sentados juntos, y los discípulos se impacientaban de esperar que alguno dijera algo, que pronunciara alguna palabra. Pero ni Farid ni Kabir dijeron ni una sola palabra.
Al tercer día, Farid partió y Kabir fue a despedirlo. Otra vez rieron, se abrazaron, se separaron.
En el momento mismo en que se separaron, los discípulos de Farid se congregaron en torno a él y dijeron:
—¡Vaya disparate! Qué pérdida de tiempo. Esperábamos que ocurriera algo. No ocurrió nada. ¿Cómo es que de pronto quedaste mudo? A nosotros nos hablas mucho.
—Todo lo que sé también él lo sabe. No hay nada que pueda ser dicho. Lo miré a los ojos y él está aquí donde estoy yo. Todo lo que yo he visto, él lo ha visto; todo aquello que he realizado, él lo ha realizado. No hay nada que decir —replicó Farid.

Dos personas ignorantes pueden hablar. Hablan mucho: no hacen más que hablar. Dos personas iluminadas no pueden hablar; sería absurdo. Que dos personas ignorantes hablen carece de sentido, porque no tienen nada que transmitir. No saben nada que pueda ser dicho, que deba ser dicho, pero siguen hablando. Su parloteo no es más que una loca catarsis —no pueden evitarlo—, es una descarga.
Dos personas iluminadas no pueden hablar porque saben lo mismo. Nada debe ser dicho. Sólo una persona iluminada y una que no lo esté pueden tener una comunicación significativa, porque uno sabe y el otro aún está en la ignorancia. Comunicación significativa, dije. No digo que la verdad pueda ser transmitida, pero algunas sugerencias, algunas indicaciones, algunos gestos sí pueden serlo, para que el otro se disponga a dar el salto. La verdad no puede ser transmitida, pero la sed sí puede ser dada. Ninguna enseñanza digna de ese nombre puede dar la llave con palabras.
Buda hablaba; es difícil encontrar otra persona que haya hablado tanto. Los eruditos han estudiado todas las escrituras existentes que se atribuyen a Buda, y dicen que no es posible que todas le pertenezcan, pues, tras su iluminación, vivió cuarenta años, caminando de una a otra aldea. Caminó por todo Bihar, y el nombre Bihar viene de que Buda caminó allí. Bihar significa las sendas por donde anduvo Buda. Toda la provincia se llama Bihar, porque ésa es la comarca por donde anduvo Buda; su bihar, su deambular.
Andaba sin cesar; sólo se detenía en la estación lluviosa. De modo que pasaba mucho tiempo andando, además del que dedicaba al sueño. De modo que los estudiosos se pusieron a calcular, y dicen: «Esto parece imposible. Dormir, andar, llevar adelante otras rutinas diarias; las escrituras son muchas, ¿cómo puede haber hablado tanto? Aun si hubiera hablado sin parar durante cuarenta años, sin detenerse ni un momento, sólo puede haber pronunciado determinada cantidad de palabras». Debe haber hablado mucho —continuamente— , pero así y todo dice que la llave no puede ser transmitida mediante palabras.

Esta historia es una de las más significativas, porque es la historia en que comienza la tradición del zen. Mahakasyapa es el primer maestro del zen. Buda es la fuente, y Mahakasyapa es el primer maestro zen, el original. Y esta historia es la fuente de donde toda la tradición —una de las más hermosas y vivas de las que existen en el mundo—, la tradición zen, surgió.
Procura entender esta historia. Buda llegó una mañana y como de costumbre, se había reunido un gentío, muchas personas esperaban para oírlo. Pero algo era inusual: llevaba una flor en la mano. Nunca antes había llevado nada en su mano. La gente creyó que tal vez alguien se la hubiera regalado. Buda llegó y se sentó bajo el árbol. La muchedumbre esperó, esperó y esperó, pero él no habló. No los miraba, sólo miraba la flor. Pasaron minutos, después horas, y la gente se puso muy impaciente.
Se cuenta que Mahakasyapa no pudo contenerse y rió en voz alta. Buda lo llamó, le dio la flor y le dijo al gentío:
—Todo lo que podía decirse con palabras, os lo he dicho, y lo que no puede ser dicho con palabras, se lo doy a Mahakasyapa. La llave no puede ser comunicada verbalmente. Le paso la llave a Mahakasyapa.
Eso es lo que los maestros zen llaman transferencia de la llave sin escritura; más allá de la escritura, más allá de las palabras; más allá de la mente. Le dio la flor a Mahakasyapa. Nadie podía entender qué había ocurrido. Ni Mahakasyapa ni Buda hicieron jamás comentario alguno al respecto. El capítulo quedó cerrado. A partir de entonces, en China, en Tíbet, en Tailandia, en Birmania, en Japón, en Ceilán; en todas partes los budistas se han pasado veinticinco siglos preguntando: «¿Qué se le dio a Mahakasyapa? ¿Cuál era la llave?».
Toda la historia parece muy esotérica. Buda no es aficionado a los secretos; sólo ocurre en este incidente... Buda es un ser muy racional. Habla en forma racional, no es un extático loco. Argumenta racionalmente, y su argumentación, su lógica, son perfectas; no encuentras ni una falla. Éste es el único incidente en que se comportó en forma ilógica, en el que hizo algo misterioso. No es un hombre misterioso en absoluto. No encontrarás otro maestro menos misterioso.
Jesús es muy misterioso. Lao-Tse es absolutamente misterioso. Buda es llano, transparente; no hay misterio en torno a él, no permite que haya humo alguno. Su llama arde clara y brillante, clara y absolutamente transparente, sin humo. Este episodio es el único que parece misterioso, y por eso muchas escrituras budistas no lo recogen, lo han dejado de lado. Pareciera que alguien lo inventó. No coincide en absoluto con la vida ni con la actitud de Buda.
Pero, para el zen, es el origen. Mahakasyapa se convirtió en primer custodio de la llave. Luego, en la India, vino una sucesión de seis custodios, hasta Bodhidharma. Bodhidharma fue el sexto custodio de la llave, y, una vez que la tuvo, buscó y buscó por toda la India, pero no pudo encontrar un hombre de la capacidad de Mahakasyapa; un hombre que pudiera entender el silencio. Debió abandonar la India para buscar un hombre a quien darle la llave; si no lo encontraba, ésta se perdería.
El budismo llegó a China cuando Bodhidharma fue allí en busca de un hombre a quien se le pudiera dar la llave, un hombre que pudiera entender el silencio, un hombre que pudiera hablar de corazón a corazón sin obsesionarse con la mente, que no tuviera cabeza. Un hombre sin cabeza era difícil de encontrar en India, que es un país de pandits, de eruditos, que tienen las cabezas más grandes que sea posible. Con el tiempo, un pandit se olvida del corazón por completo y se vuelve cabeza. Toda su personalidad se tuerce, como si sólo la cabeza existiera, y todo el cuerpo se encogiera y desapareciese.
Esta comunicación que trasciende las palabras sólo puede efectuarse de corazón a corazón. De modo que Bodhidharma buscó en China durante nueve años, y aun así sólo encontró a un hombre adecuado. En China, Bodhidharma pasó nueve años sentado sin darles la cara a las personas; siempre se sentaba de cara a un muro. Si ibas a verlo, te lo encontrabas mirando el muro, dándote la espalda. La gente acostumbraba a preguntarle:
—¿Por qué te sientas de esta forma tan rara?; hemos venido a escucharte.
—Espero al hombre que sepa escucharme. No te miraré, no perderé el tiempo; sólo miraré a quien sepa escucharme.
Entonces, llegó un hombre; se paró detrás de Bodhidharma, se cortó la mano derecha, se la tiró a Bodhidharma y dijo:
—Vuélvete hacia aquí o me cortaré la cabeza.
Bodhidharma se volvió de inmediato y exclamó:
—¡Bien! ¡Has venido! Toma la llave y relévame de mi tarea —Bodhidharma le transmitió a ese hombre la llave que Buda le pasara a Mahakasyapa. El séptimo maestro fue un chino, y la llave siguió viajando hasta hoy. La llave está en algún lugar, alguien la tiene; el río no se ha secado.
Para mí, si todas las escrituras de Buda desaparecieran, nada se perdería. Sólo aquella anécdota no debería desaparecer. Es la más valiosa, y los estudiosos la han eliminado de la biografía de Buda. Dicen: «Es irrelevante; no es propia de Buda». Pero os digo: todo lo que Buda hizo es ordinario, cualquiera podría hacerlo. Pero esto es extraordinario, es excepcional, sólo un buda puede hacerlo.
¿Qué ocurrió esa mañana? Comencemos a penetrar en ello. Buda llegó, se sentó, y se puso a mirar la flor. No miraba a la gente; la flor era lo que fue el muro para Bodhidharma; él miraba al muro, no a la gente; no quería desperdiciar su mirada. La flor se transformó en muro y el gentío desapareció. Buda miraba y miraba la flor. ¿Qué hacía? Cuando Buda mira alguna cosa, transfiere la calidad de su consciencia. Y una flor es una de las cosas más receptivas del mundo. Es por eso que hindúes y budistas llevan flores para poner a los pies de su maestro, o en el templo, porque una flor puede llevar parte de tu consciencia.
Una flor es una cosa muy receptiva, y, si sabes de las nuevas investigaciones que se llevan a cabo en Occidente, entenderás. Ahora dicen que las flores son más sensibles que tú, que los humanos. La flor es el corazón de la planta; todo su ser acude allí. Se está investigando mucho la sensibilidad de las plantas en Rusia, en los Estados Unidos, en Inglaterra, y se descubrió algo increíble.
Un hombre, un científico, trabajaba con plantas; cómo sienten, si sienten o no, si tienen o no emociones. Estaba sentado frente a una planta a la que le había colocado electrodos para detectar cualquier movimiento de su ser interno, cualquier sensación, cualquier emoción. Pensó: «Si corto esta planta, si le arranco una rama, si la arranco de la tierra, ¿qué ocurrirá?». De pronto, la aguja que trazaba el gráfico saltó. Él no había hecho nada, sólo pensar: «Si corto esa planta...». La planta sintió miedo de morir y la aguja saltó, registrando que la planta temblaba. Hasta el científico se asustó, porque él no había hecho nada; sólo tuvo un pensamiento, y la planta lo recibió. Las plantas son telepáticas.
A partir de entonces, hizo muchas investigaciones, trabajó con grandes distancias. La planta fue alejada miles de millas; su planta, la planta a la que él había ayudado a crecer, que había regado, amado, fue llevada a miles de millas de allí. Entonces, volvió a pensar en ella y, a miles de millas de allí, la planta volvió a perturbarse. De modo que ahora se podía registrar científicamente que las emociones de la planta se veían perturbadas. No sólo eso, sino que, si pensabas en cortar una planta, todas las plantas que rodeaban esa área se perturbaban emocionalmente. Y aún más, si alguien que hubiera cortado una planta entraba al jardín, todas las plantas se perturbaban, porque percibían y recordaban que ese hombre no es bueno. Cada vez que ese hombre entra, todo el jardín siente que está entrando una mala persona.
Ahora, unos pocos científicos creen que las plantas pueden ser empleadas para la comunicación telepática, porque son más sensibles que la mente humana; y unos pocos científicos creen que las plantas pueden ser empleadas para recibir comunicaciones de otros planetas, porque otros instrumentos no son tan refinados.
En Oriente siempre se ha sabido que una flor es la más receptiva de las cosas. Cuando Buda miró la flor, y la siguió mirando, algo de él se transfirió a esa flor, Buda entró en la flor. La calidad de su ser, su alerta, su consciencia, su paz, su éxtasis, su danza interna, tocaron la flor. Cuando Buda miró a la flor, encontrándose tan cómodo, tan a sus anchas, tan carente de deseos, la flor debe haber danzado en su ser interno. La miró para transferirle algo a la flor; algo que debe ser entendido. Sólo la flor y él existieron durante un largo período de tiempo. Todo el mundo desapareció. Sólo Buda y la flor estaban allí. La flor entró al ser de Buda y Buda entró al ser de la flor.
Luego, la flor le fue dada a Mahakasyapa. Ahora no es sólo una flor, ahora lleva la budeidad. Lleva la calidad interna del ser de Buda. Y ¿por qué a Mahakasyapa? Había otros grandes estudiosos, diez grandes discípulos; Mahakasyapa sólo era uno, y sólo fue incluido entre los diez debido a esta historia, si no, jamás lo hubieran incluido.
No se sabe mucho sobre Mahakasyapa. Había grandes estudiosos como Sariputta —no encontrarías un intelecto más agudo que el suyo—, y también estaba allí Moggalayan, un estudioso muy grande. Sabía todos los Vedas de memoria, nada de lo que se hubiera escrito alguna vez le era desconocido. Era un gran lógico por derecho propio y tenía miles de discípulos. Y había otros; allí estaba Ananda, el primo hermano de Buda, quien durante cuarenta años fue con él a todas partes. Pero no, alguien que hasta entonces era desconocido, Mahakasyapa, se volvió de pronto el más importante. Toda la gestalt cambió. Siempre que Buda hablaba, Sariputta era el hombre más significativo, pues entendía las palabras mejor que ningún otro; y cuando Buda debatía, el más significativo era Moggalayan. Nadie pensaba mucho en Mahakasyapa. Permanecía en la multitud, simplemente era parte de la multitud.
Pero cuando Buda quedó en silencio, toda la gestalt cambió. Ahora, Moggalayan y Sariputta ya no eran significativos; simplemente, salieron de la existencia, como si no estuvieran ahí. Se volvieron simplemente una parte de la multitud. Un nuevo hombre, Mahakasyapa, se convirtió en el más importante. Se abrió una nueva dimensión. Todos se impacientaban, pensaban: «¿Por qué no habla Buda? ¿Por qué permanece en silencio? ¿Qué va a ocurrir? ¿En qué acabará?». Se sentían incómodos, impacientes.
Pero Mahakasyapa no estaba incómodo ni impaciente. En realidad, era la primera vez que se sentía cómodo junto a Buda; por primera vez, estaba a sus anchas con Buda. Tal vez se impacientara cuando Buda hablaba. Tal vez pensara: «¿Para qué tantos disparates? ¿Para qué seguir hablando? Nada se transmite, nada se entiende; ¿por qué seguir golpeándose la cabeza contra la pared? La gente está sorda. No puede entender...». Se debe haber impacientado cuando Buda hablaba, y ahora, por primera vez, estaba a sus anchas. Entendía qué es el silencio.
Había miles de personas allí y todas se impacientaban. Al ver la estupidez de la muchedumbre, no pudo contenerse. Se sienten cómodos cuando Buda habla; ahora que se queda en silencio, se impacientan. Cuando algo podía ser transmitido, no estaban abiertos; cuando algo no podía ser transmitido, esperaban. Ahora, con su silencio, Buda nos puede dar algo que es inmortal, pero no pueden entenderlo. De modo que no pudo contenerse y rió en voz alta; se rió de toda la situación, de lo absurdo que era todo.
Le exigimos que hable incluso a un buda, porque es lo único que entendemos. Eso es estúpido. Deberías aprender a estar en silencio cuando estás con un buda, porque sólo entonces puede entrar en ti. Con las palabras, puedes llamar a la puerta, pero no entrar; por medio del silencio, él puede entrar en ti. Con las palabras, puede llamar a tu puerta pero nunca entrar; con el silencio, puede entrar en ti, y, a no ser que entre, nada te ocurrirá. Su entrada traerá un nuevo elemento a tu mundo; su entrada a tu corazón te dará un nuevo latir y un nuevo pulso, una nueva descarga de vida; pero ocurrirá sólo si entra.
Mahakasyapa se rió de la estupidez humana. Se impacientan y piensan: «¿Cuándo se parará Buda y terminará con esto del silencio, así nos podemos ir a casa?». Él rió.
La risa comenzó con Mahakasyapa y ha continuado y continuado en la tradición zen. Ninguna otra tradición ríe, porque la risa parece tan irreligiosa, tan profana. No puedes imaginar a Jesús riendo, no puedes imaginar a Mahavira riendo. Aún más difícil es concebir a Mahavira lanzando una carcajada desde su vientre, a Jesús rugiendo de risa. No, la risa ha sido negada. De alguna manera, la tristeza se ha vuelto religiosa.
Uno de los famosos pensadores alemanes, el conde Keyserling, escribió que la salud es irreligiosa. La enfermedad tiene algo religioso porque una persona enferma está triste, carece de deseos; no porque se haya liberado del deseo, sino porque está débil. Una persona saludable ríe, le gusta divertirse, estar alegre; no puede estar triste. De modo que las personas religiosas han buscado enfermarte de distintas maneras: te hacen ayunar, reprimir tu cuerpo, torturarte a ti mismo. Te entristecerás, sentirás deseos de suicidarte, te crucificarás tú mismo. ¿Cómo vas a reír? La risa proviene de la salud. Es un desborde de energía. Por eso, cuando los niños ríen, su risa es total. Todo su cuerpo ríe, puedes ver que hasta los dedos de sus pies ríen. Todo su cuerpo, cada célula, cada fibra del cuerpo ríe y vibra. Están tan llenos de salud, de vitalidad; todo fluye.
Un niño triste es un niño enfermo, y un viejo que ríe sigue siendo joven. Ni la muerte puede envejecerlo, nada puede envejecerlo. Su energía aún fluye y rebosa, siempre está inundado. La risa es una inundación de energía.
En los monasterios zen ha habido risa, risa y más risa. Sólo en el zen la risa se volvió plegaria, porque Mahakasyapa la comenzó. Hace veinticinco siglos, en una mañana como ésta, Mahakasyapa lanzó una nueva tendencia, absolutamente nueva, desconocida hasta entonces por la mente religiosa: se rió. Se rió de toda la tontería, toda la estupidez. Y Buda no lo condenó; más bien lo contrario, lo llamó a sí, le dio la flor y le habló a la multitud. Y cuando la multitud lo oyó reír, debió haber pensado: «Este hombre se ha vuelto loco. Este hombre le falta al respeto a Buda, porque ¿cómo vas a reír ante un Buda? Cuando un Buda se sienta en silencio ¿cómo vas a reírte? Este hombre no demuestra respeto». La mente diría que eso es una falta de respeto.
La mente tiene sus propias reglas, pero el corazón no las conoce; el corazón tiene sus propias reglas, pero la mente nunca oyó hablar de ellas. El corazón puede reír y ser respetuoso; la mente no puede reír, sólo puede estar triste y sólo entonces demostrará respeto. Pero ¿qué clase de respeto es este que no ríe? Una muy nueva tendencia se introdujo con la risa de Mahakasyapa, y esa risa continúa sonando a lo largo de los siglos. Sólo los maestros zen y los discípulos zen ríen.

En todo el mundo las religiones han enfermado debido a la importancia que le dan a la tristeza; no parecen festivas, no dan una sensación de celebración. Si entras a una iglesia, ¿qué ves ahí? No vida, sino muerte; Jesús crucificado completa la tristeza de la escena. ¿Puedes reír en una iglesia, danzar en una iglesia, cantar en una iglesia? Sí, allí se canta, pero con tristeza, y la gente se sienta con la cara larga. No es de extrañar que nadie quiera ir a la iglesia; es una formalidad. La religión se ha convertido en una cosa de los domingos. Puedes soportar estar triste durante una hora.
Mahakasyapa rió frente a Buda y, desde entonces, los monjes zen, los sannyasin, los maestros, han estado haciendo cosas que las mentes religiosas —las llamadas mentes religiosas— no pueden siquiera concebir. Si has visto algún libro sobre zen, tal vez hayas visto pinturas, retratos de maestros zen. Ninguna pintura es fiel a la realidad. Si ves el retrato de Bodhidharma o el retrato de Mahakasyapa, no se parecerán a sus verdaderos rostros, pero el mirarlos te dará una sensación de risa. Son hilarantes, son ridículos.
Mira el retrato de Bodhidharma. Debe haber sido uno de los más bellos de los hombres; no puede no haberlo sido, porque cuando un hombre deviene iluminado desciende una belleza, una belleza que viene del más allá. Una bendición llega a todo su ser. Pero mira el retrato de Bodhidharma: se le ve feroz y peligroso. Parece tan peligroso que, si fuera a visitarte una noche, te asustarías; no podrías volver a dormir en toda tu vida. Parece muy peligroso, como si fuera a matarte. Pero eso es cosa de los discípulos, que se reían del maestro creando un retrato ridículo. Parece un personaje de tira cómica.
Todos los maestros zen son retratados con un aspecto ridículo. Los discípulos lo disfrutan. Pero esos retratos transmiten la idea de que Bodhidharma es peligroso, de que si acudes a él te matará, que no puedes escapar, que te seguirá y te acosará, que dondequiera que vayas, allí estará, que no te dejará a menos que te mate. Eso es lo que se retrata de todos los maestros zen, Buda incluido.
Si miras pinturas japonesas y chinas de Buda, verás que no se parecen al Buda indio. Lo han cambiado totalmente. En las pinturas indias de Buda, su cuerpo es proporcionado, como debe ser. Primero fue príncipe, después buda; era un hombre hermoso, perfecto, proporcionado. Pero mira una pintura japonesa de Buda: está toda distorsionada. ¿Gran barriga? Buda nunca tuvo una gran barriga. En las pinturas y escrituras japonesas se le representa con una gran barriga, porque un hombre que ríe debe tener una gran barriga. ¿Cómo vas a reír desde el vientre si tu barriga es pequeña? No puedes hacerlo. Bromean con Buda, y dicen cosas sobre Buda que sólo pueden provenir de un amor profundo, si no, serían insultantes.
Bankei siempre insistía en tener un retrato de Buda a sus espaldas, y cuando les hablaba a sus discípulos les decía: «Mirad a este tipo. Dondequiera que os lo encontréis, matadlo inmediatamente, no le deis ni una oportunidad. Cuando meditéis, vendrá a perturbaros. Cuando veáis su rostro en la meditación, sólo matadlo en ese mismo instante: si no lo hacéis, os seguirá». Y acostumbraba a decir: «¡Mirad a este tipo! Si repetís su nombre» —pues los budistas siempre repiten Namo Budaia, Namo Budaia— «si repetís su nombre, después id a lavaros la boca». Parece insultante. Se trata del nombre de Buda, y este hombre dice: «Si lo repites, lo primero que debes hacer es lavarte la boca. Tu boca ha quedado sucia».
Y tiene razón; porque las palabras son palabras; si es o no el nombre de Buda, no hay diferencia. Cuando una palabra te pasa por la mente, tu mente se ha ensuciado. Lávala. Lávate incluso del nombre de Buda. Y ese hombre, que siempre tenía un retrato de Buda detrás de sí, se inclinaba ante él cada mañana. De modo que sus discípulos preguntaron:
—¿Qué haces? Nos dices una y otra vez que matemos a ese hombre, que no le permitamos interponerse en nuestro camino. Y dices: no tomes su nombre, no lo repitas; si viene a ti, lávate la boca. Y ahora te vemos inclinándote.
—Todo esto me lo enseñó este hombre, este tipo, de modo que debo tributarle respeto —explicó Bankei.
Mahakasyapa rió, y en su reír hay muchas dimensiones. Una, lo estúpido de toda la situación: un buda en silencio, y que nadie lo entienda, que todos esperen que hable. Buda ha pasado toda su vida diciendo que la verdad no puede ser dicha y, así y todo, todos esperan que hable.
La segunda dimensión: también se rió de Buda, de la situación dramática que éste creó, ahí sentado con la flor en la mano, mirando la flor, creando tanta incomodidad, tanta impaciencia en todos. Rió ante este gesto dramático de Buda.
La tercera dimensión: se rió de él mismo. ¿Cómo podía ser que no hubiera entendido hasta ese momento? Todo el asunto era fácil y simple. Y el día que entiendas, reirás, porque no hay nada que entender, no hay acertijo que resolver. Todo siempre ha sido tan simple y claro. ¿Cómo es que te lo perdías?
Con Buda sentado en silencio, los pájaros que cantaban en los árboles, la brisa que soplaba en los árboles, y la multitud impaciente, Mahakasyapa entendió. ¿Qué entendió? Entendió que no hay nada que entender, que no hay nada que decir, que no hay nada que explicar. Toda la situación es simple y transparente, no hay nada oculto en ella. No hay necesidad de buscar, porque todo lo que es está aquí y ahora, en tu interior. También se rió de sí mismo, de todo el absurdo esfuerzo de tantas vidas: ¿tanto pensar sólo para entender este silencio?
Buda lo llamó, le dio la flor y dijo: «Aquí te entrego la llave». ¿Cuál es la llave? El silencio y la risa son la llave; silencio por dentro, risa por fuera. Y cuando la risa surge del silencio, no es de este mundo, es divina.
Cuando la risa surge del pensamiento, es fea; pertenece a este mundo ordinario, mundanal, no es cósmica. Esa risa viene de reírse de otro, a costa de otro, y es fea y violenta. Cuando la risa surge del silencio, no te estás riendo a costa de nadie, simplemente ríes del chiste cósmico. ¡Y realmente es un chiste! Por eso es que insisto en contaros chistes... porque los chistes transmiten más que cualquier escritura. Es un chiste, porque tienes todo dentro de ti, e insistes en buscar por todas partes. ¿Qué sino eso es un chiste? Eres el rey, y actúas como si fueses un pordiosero de la calle; no sólo actúas, no sólo engañas a los demás, sino que te haces creer a ti mismo que eres un pordiosero. Tienes la fuente de toda sabiduría, y haces preguntas; tienes el ser que sabe y te crees ignorante; tienes la inmortalidad dentro de ti y temes y sientes miedo a la muerte y a la enfermedad. Realmente es un chiste y, si Mahakasyapa rió, hizo bien.
Pero fuera de Buda, nadie entendió. Él aceptó la risa y se dio cuenta de inmediato de que Mahakasyapa se había realizado. La calidad de esa risa era cósmica. Entendió todo el chiste de la situación. No había otra cosa que eso. El asunto entero es como si lo divino jugara al escondite contigo. Los otros pensaron que Mahakasyapa era un loco que reía en presencia de Buda. Pero Buda pensó que ese hombre se había vuelto sabio. Los locos siempre tienen una sutil sabiduría, y los sabios siempre actúan como locos.
En la antigüedad, todos los grandes emperadores tenían un loco en su corte. Tenían muchos hombres sabios, consejeros, ministros y primeros ministros, pero también, siempre, un loco. Todos los emperadores inteligentes y sabios de Oriente y de Occidente tenían un bufón, un loco en la corte. ¿Por qué? Porque hay cosas que los así llamados hombres sabios no son capaces de entender, que sólo un loco entiende, porque los llamados sabios son tan locos que su astucia y su agudeza cierran sus mentes.
Los locos son simples, y los locos eran necesarios, porque muchas veces los llamados sabios no decían alguna cosa por temor al emperador. Un loco no le teme a nadie; habla sean cuales fueren las consecuencias. Un loco es un hombre que no piensa en las consecuencias.
Eso es lo que le decía Krishna a Arjuna: «Sé un loco. No pienses en las consecuencias. ¡Actúa!». Así actúan los locos; simplemente, sin pensar en qué va a ocurrir, en cuál será el resultado. Un hombre astuto siempre piensa primero en el resultado, luego actúa. Primero viene el pensamiento, después la acción. Un loco actúa; el pensar nunca viene antes.
Cuando alguno alcanza la realidad última, no es como los llamados sabios; no puede serlo. Tal vez sea como los llamados locos, pero nunca como los llamados sabios. Cuando san Francisco se iluminó, se solía llamar a sí mismo «loco de Dios». El papa era un hombre sabio, y cuando san Francisco fue a verlo, hasta él pensó que había enloquecido. Era inteligente, calculador, astuto; de no haber sido así, ¿cómo iba a ser papa?
Para llegar a papa, hay que pasar por mucha política. Para llegar a papa no se requiere santidad; se requiere astucia, se requiere agudeza, se requiere diplomacia, se requiere agresividad competitiva para hacer a los demás a un lado, para avanzar a la fuerza, para usar a los otros de escalera y después deshacerse de ellos. Es política... porque el papa es un jefe político. La religión viene en segundo lugar o en ninguno. Tal vez sea teólogo, pero no es religioso, porque ¿cómo va a competir un hombre religioso? ¿Cómo va a pelear y agredir por un cargo un hombre religioso? Sólo son políticos.
San Francisco fue a ver al papa, y el papa pensó que ese hombre estaba loco. Pero árboles, pájaros y peces pensaban de otra manera. Cuando san Francisco fue al río, los peces saltaban para celebrar su llegada. Miles de personas presenciaron ese fenómeno. Millones de peces saltaban al mismo tiempo; eran tantos que el río no se veía. Había llegado san Francisco y los peces estaban contentos. Y dondequiera que fuese, lo seguían los pájaros; se sentaban en su cabeza, en su cuerpo, en su regazo. Entendían a ese loco mejor que el papa. Hasta árboles que se habían secado y estaban a punto de morir reverdecían y rebrotaban si san Francisco se les acercaba. Los árboles entendían bien que este loco no era un loco cualquiera, que era el loco de Dios.
Cuando Mahakasyapa rió, era un loco de Dios, y Buda lo entendió porque Buda no era un papa. Posteriormente, los sacerdotes budistas no lo entendieron, de modo que abandonaron esa anécdota.

Una vez que hablé en una comunidad de budistas, los neo-budistas, conté esta anécdota. Después, el sacerdote fue a verme y me preguntó:
—¿De dónde sacaste eso? No está en las escrituras, es falso. Un hombre como tú no debería decir cosas que no están en las escrituras, porque la gente te cree.
Así que le dije:
—Trae tus escrituras; agregaré esta anécdota y la firmaré haciéndome cargo de ella —y añadí—: Eso ocurrió; yo lo presencié.
El sacerdote me miró. Debe haber pensado: «¡Este hombre está loco! Hablar no sirve de nada».
Le expliqué a ese sacerdote:
—No tengo poder, pero tengo autoridad...
El poder pertenece a los políticos, la autoridad, al hombre religioso. El poder depende de los demás, te lo dan, pero la autoridad viene de adentro. De modo que le dije:
—Fui testigo. Te puedo certificar por escrito y firmar que yo fui testigo. Eso ocurrió. Por algún motivo, en las escrituras se lo perdieron, pero eso no es mi culpa. No es mi responsabilidad si te lo perdiste en tus escrituras.
Ese hombre, el sacerdote, solía acudir a mí; ahora no viene más. Para un sacerdote es más importante una escritura muerta que una persona viva. Aun si digo que fui testigo, no se me puede creer. Esa anécdota fue excluida de las escrituras budistas porque es sacrílego reír frente a Buda; hacer de la risa la fuente original de una gran religión no está bien. No es un buen precedente que un hombre haya reído ante Buda y tampoco lo es que Buda le diera la llave a ese hombre, no a Sariputta, Ananda, Moggalayan, ni a los otros que eran importantes, significativos. Y finalmente fueron ellos —Sariputta, Ananda y Moggalayan— quienes asentaron las escrituras. A Mahakasyapa ni siquiera le pidieron que lo hiciera. Aun si le hubiesen preguntado, no habría respondido. A Mahakasyapa nunca le preguntaron si tenía algo que decir que valiera la pena asentar.
Cuando Buda murió, todos los monjes se reunieron y comenzaron a registrar qué había ocurrido y qué no. Nadie le preguntó a Mahakasyapa. Debe haber sido apartado por la sangha, por la comunidad. La comunidad entera debe haber sentido celos. La llave le había sido entregada a este hombre que no era conocido en absoluto, que no era un gran estudioso ni pandit. Nadie lo conocía antes, y de pronto, esa mañana, se convirtió en el hombre más significativo, debido a la risa, debido al silencio.
Y, en cierto modo, tenían razón, porque ¿cómo vas a registrar el silencio? Se pueden registrar las palabras, puedes registrar qué ocurrió en lo visible; ¿cómo vas a registrar lo que no ocurrió en lo visible? Sabían que la flor le fue dada a Mahakasyapa, nada más.

Pero la flor sólo era un recipiente. Tenía algo en ella: la budaeidad, el toque del ser interno de Buda, la fragancia que no puede ser vista, que no puede ser registrada. Todo el episodio parece no haber ocurrido nunca, o haber ocurrido en un sueño.
Quienes registraban eran hombres de palabras, hábiles para la comunicación verbal, en hablar, discutir, argumentar, pero Mahakasyapa no vuelve a ser mencionado. Ese episodio es todo lo que se sabe de él; una cosa tan pequeña que las escrituras la dejaron de lado. En ese momento, Mahakasyapa quedó en silencio, y el río interior siguió fluyendo en silencio a partir de entonces. La llave les ha sido dada a otros y la llave aún está viva y abre la puerta.
Éstas son las dos partes. El silencio interior; un silencio tan hondo que no hay vibración alguna en tu ser. Eres, pero no hay olas. Eres sólo un estanque sin olas, no se alza ni una ola. El ser todo silencioso, inmóvil. Dentro, en el centro, silencio, y en la periferia, celebración, risa. Y sólo el silencio puede leer, porque sólo el silencio puede entender la broma cósmica.
De modo que tu vida se transforma en una celebración vital, tu relacionarse se transforma en algo festivo. Hagas lo que hagas, cada momento es un festival. Comes, y el comer es una celebración; te bañas, y bañarse se transforma en celebración; hablas, el hablar es una celebración; el relacionarse se torna en una celebración. Tu vida exterior se torna festiva, no hay tristeza en ella. ¿Cómo va a existir la tristeza en el silencio? Pero, habitualmente, tú piensas de otra manera; piensas que si estás en silencio, estarás triste. Habitualmente piensas, ¿cómo vas a evitar la tristeza si quedas en silencio? Te digo, el silencio que existe en la tristeza no puede ser verdadero. Hay algo errado. Has errado la senda, no vas por el camino. Sólo la celebración puede demostrar que el silencio real ocurrió.

¿Cuál es la diferencia entre un silencio real y un silencio falso? Un falso silencio siempre es forzado; se logra mediante el esfuerzo. No es espontáneo, no te ocurrió. Hiciste que ocurriera. Estás sentado en silencio, y hay mucho alboroto interno. Lo reprimes, y entonces no puedes reír, te pondrás triste, porque la risa será peligrosa. Si ríes, perderás el silencio, porque cuando ríes no puedes reprimir. La risa está contra la represión. Si quieres reprimir, no debes reír; si ríes, todo saldrá afuera. Lo real saldrá afuera con la risa, lo irreal se perderá.
De modo que siempre que veas a un santo triste, bien has de saber que su silencio es falso. No puede reír, no puede gozar, porque tiene miedo. Si ríe, todo se romperá, la represión emergerá, y ya no podrá reprimir más. Mira a los niños pequeños. Vienen invitados a la casa y les dices a los niños: «¡No riáis!». ¿Qué hacen? Cierran la boca y reprimen la respiración, porque si no reprimen la respiración, su risa saldrá. Les será difícil. No mirarán a ningún lugar, porque si miran, olvidarán alguna cosa. De modo que cierran los ojos, o casi cierran los ojos y reprimen la respiración.
Si reprimes tu respiración no puede ser profunda. La risa requiere que se respire hondo; si ríes, liberas una respiración profunda. Por eso nadie respira profundamente, sólo lo haces en forma superficial porque has reprimido muchas cosas en tu infancia y también después, así que no puedes respirar hondo. Si llegas a más profundidad, tendrás miedo. El sexo ha sido reprimido mediante la respiración, la risa ha sido reprimida mediante la respiración, la ira ha sido reprimida mediante la respiración. La respiración es el mecanismo para reprimir o liberar; de ahí mi insistencia en la respiración caótica, porque si respiras de manera caótica, entonces la risa, el gritar, todo surgirá, y todas tus represiones serán expulsadas. No pueden ser expulsadas de ninguna otra manera, porque el respirar, la respiración, es la forma en que las has reprimido.
Trata de reprimir cualquier cosa, ¿qué harás? No respirarás hondo; respirarás superficialmente, sólo respirarás con la parte superior de tus pulmones. No irás más profundo, porque en lo profundo la respiración está reprimida. En el vientre, todo está reprimido. De modo que cuando te ríes de verdad el vientre vibra; de ahí los retratos de Buda con una gran barriga. Cuando el vientre está relajado, el estómago no es un depósito de represión. Si ves a un santo triste, allí estará la tristeza, pero no el santo. De algún modo se ha hecho callar a sí mismo y teme en todo momento. Cualquier cosa puede perturbarlo.
No hay perturbación posible si el verdadero silencio ha ocurrido. Cuando es así, todo ayuda a crecer. Si realmente estás en silencio, puedes sentarte en un mercado y ni siquiera el mercado te perturbará. Más bien, te alimentarás del sonido del mercado y para ti ese sonido se convertirá en más silencio. En realidad, para sentir el silencio se requiere un mercado; porque si tienes el verdadero silencio, el mercado se transforma en un fondo, y, por contraste, el silencio deviene perfecto. Puedes sentir al silencio interior burbujeando contra el mercado.
No hace falta ir a los Himalayas. Y si vas, ¿qué verías? Contra el silencio de los Himalayas, tu mente parlotearía. Entonces, sentirás mucho más el parloteo, porque el silencio será un fondo.
Si lo real te ocurre, y no sientes miedo, no se te puede quitar. Nada puede perturbarlo. Y cuando digo «nada», quiero decir «nada»: nada puede perturbarlo. Y si algo lo perturba, es porque es forzado, es cultivado; de algún modo, lo has administrado. Pero un silencio que se administra no es silencio, es como administrar el amor.
El mundo está tan loco, padres, maestros y moralistas están tan locos e insanos que les enseñan a los niños a amar. Las madres les dicen a los niños: «Soy tu madre, ámame»; como si los niños pudieran hacer algo para amar. ¿Qué puede hacer el niño? El esposo le repite a la esposa: «Soy tu marido, ámame», como si el amor fuese un deber, como si el amor fuese algo que puede ser hecho. Nada se puede hacer. Sólo una cosa se puede hacer: puedes fingir. Y una vez que aprendes cómo fingir el amor, has errado. Toda tu vida irá mal. Seguirás fingiendo que amas. Entonces, sonreirás y fingirás; entonces, reirás y fingirás. Entonces, todo es falso. Entonces, te sentarás en silencio y fingirás; entonces, meditarás y fingirás. Fingir se convertirá en tu estilo de vida.
No finjas. Deja que surja lo real. Si puedes esperar y ser suficientemente paciente, cuando lo fingido caiga, lo real está ahí, esperando explotar. Catarsis es dejar de fingir. No te fijes en lo que dice el otro, porque ésa es la forma en que fingiste, la forma en que estuviste fingiendo.
No puedes amar... O está ahí, o no. Pero la madre dice: «Porque soy tu madre...», y el padre dice: «Soy tu padre...», y el maestro dice: «Soy tu maestro, por lo tanto, ámame»; como si el amor fuese algo lógico. «Soy tu madre, por lo tanto, ámame». ¿Qué hará el niño? Le estás creando tales problemas que no puede concebir qué hacer. Puede fingir. Puede decir: «Sí, te amo». Y una vez que el niño ame a su madre como deber, se volverá incapaz de amar a ninguna mujer. Entonces, le llegará la hora de casarse, y será un deber; llegarán los hijos, y será un deber. Entonces, la vida toda será un deber. No puede ser una celebración —no puedes reír, no puedes gozar—: Es una carga que debe ser acarreada. Eso es lo que te ha ocurrido. Es un infortunio, pero, si lo entiendes, puedes dejarlo caer.
Ésta es la llave; su parte interna es el silencio, la parte externa es celebración, risa. Sé festivo y silencioso. Crea más y más posibilidad en torno a ti. No fuerces lo interior a estar en silencio, sólo crea más y más posibilidad en torno a ti para que el silencio interior pueda florecer en ella. Eso es todo lo que podemos hacer. Podemos poner la semilla en la tierra, pero no podemos forzar a la planta a que brote. Podemos crear la situación, podemos proteger, podemos agregarle fertilizante a la tierra, podemos regar, podemos ver si los rayos del sol le llegan o no, o cuánto sol, más o menos, le hace falta. Podemos evitar los peligros y aguardar en una actitud orante. No podemos hacer más. Sólo puede crearse la situación.
A eso me refiero cuando te digo que medites. La meditación sólo es una situación; el silencio no será su consecuencia. No, la meditación sólo crea la tierra, el medio ambiente, prepara el suelo. La semilla está ahí, siempre está ahí; no hace falta poner la semilla, la semilla siempre ha estado contigo. Esa semilla es Brahma, esa semilla es Atman; esa semilla eres tú. Sólo crea la situación y la semilla cobrará vida. Brotará y nacerá una planta, y comenzarás a crecer.
La meditación no te lleva al silencio; la meditación sólo crea la situación en la que el silencio ocurre. Y éste debería ser el criterio: que, siempre que el silencio ocurra, la risa entrará a tu vida. Una celebración vital tendrá lugar en todo lo que te rodea. No te entristecerás, no te deprimirás, no escaparás del mundo. Estarás aquí en este mundo, pero tomándotelo todo como un juego, gozando de todo como de un hermoso juego, una gran obra de teatro, ya no como algo que te tomas en serio. La seriedad es una enfermedad.
Buda debe haber conocido a Mahakasyapa. Debe haber sabido, cuando miraba la flor y todos se impacientaban, que allí sólo había un ser, Mahakasyapa, que no estaba impaciente. Buda debe haber sentido el silencio que provenía de Mahakasyapa, pero no lo llamó. ¿Por qué? El silencio sólo es la mitad del asunto. Mahakasyapa le habría errado si simplemente se hubiera mantenido en silencio y no hubiese reído. De haber sido así, la llave no le habría sido dada. Sólo había crecido a medias, aún no era un árbol completamente crecido, no florecía. El árbol estaba ahí, pero las flores aún no habían llegado. Buda esperó.
Ahora os diré por qué Buda esperó tantos minutos, porqué esperó durante una o dos o tres horas. Mahakasyapa estaba en silencio, pero procuraba contener la risa, trataba de controlar la risa. Trataba de no reír, porque eso hubiese sido una gran falta de educación; ¿qué pensaría Buda? ¿Qué pensarían los demás? Pero entonces, cuenta la historia, ya no pudo contenerse más. El silencio llegó a ser demasiado; debía salir bajo la forma de risa. La inundación llegó a ser demasiada, ya no pudo contenerla. Cuando el silencio es demasiado, se convierte en risa; es tanto que comienza a rebosar en todas direcciones. Rió. Debe haber sido una risa loca, y en esa risa, Mahakasyapa no estaba. El silencio reía, el silencio había llegado a florecer.

Luego, de inmediato, Buda lo llamó: «Mahakasyapa, toma esta flor. Es una llave. Les he dado a todos los demás lo que puede ser dado en palabras, pero a ti te doy lo que no puede ser dado en palabras. El mensaje sin palabras, el más esencial, te lo doy a ti». Buda esperó esas horas para que el silencio de Mahakasyapa rebosara, para que se convirtiera en risa.
Tu iluminación es perfecta sólo cuando el silencio ha llegado a ser una celebración. De ahí mi insistencia en que, después de meditar, celebren. Después de haber estado en silencio debes gozar, debes agradecer. Debes mostrarle una honda gratitud al todo sólo por la oportunidad que te da de ser, de poder meditar, de poder quedar en silencio, de poder reír.

¿Alguna otra cosa?


Pregunta 1
Buda tenía a muchas personas iluminadas a su alrededor, y sin embargo sintió algo especial por esta persona iluminada. ¿Hay diferencias entre las iluminaciones?

Sí, Buda había iluminado a muchos de los que lo rodeaban, pero la llave sólo le puede ser dada a una persona que se convierta en maestro por propio derecho, porque la llave debe ser transmitida una y otra vez. Debe ser mantenida con vida. Mahakasyapa no iba a convertirla en un tesoro para él mismo; era una gran responsabilidad, debía transmitírsela a otro.
Había otras personas iluminadas, pero la llave no les podía ser dada a ellos; la llave se hubiera perdido con ellos. En realidad, Buda escogió a la persona adecuada, porque la llave aún vive. Mahakasyapa había actuado bien. Podría encontrar a otra persona que, a su vez, se la transmitiría a otro. El asunto es encontrar a la persona adecuada. Que esté iluminada no basta, porque no todas las personas iluminadas son maestros; debe hacerse una distinción.
Los jainistas tienen una hermosa distinción; para ellos, hay dos tipos de personas iluminadas. Uno de éstos se denomina kaivali, es quien ha alcanzado la soledad. Ha llegado a ser perfecto, pero no puede enseñar, no puede otorgar esa perfección a otros. No es un maestro, no puede enseñar; él mismo ha llegado a la cumbre final, pero no puede transmitir en forma alguna aquello que sabe. El otro tipo de persona iluminada se llama tirthankara, uno que se convierte en vehículo para los demás. Está iluminado, pero además domina cierto arte de comunicar por medio de las palabras y de comunicar por medio del silencio. Puede transmitir el mensaje. Otros pueden iluminarse a través de él.
Buda dijo: «Aquello que se puede transmitir con palabras, ya os lo he dicho. Lo que no puede transmitirse con palabras, se lo doy a Mahakasyapa».
Mahakasyapa era el maestro del silencio. Podía enseñar mediante su silencio. Otros eran maestros de las palabras, y mediante sus palabras podían enseñar y seguir adelante con la obra. Lo de ellos no era tan esencial, pertenecía a la periferia; pero también era necesario, pues las palabras de Buda debían ser registradas. Lo que Buda hacía debía ser registrado y transmitido de generación en generación. También esto era esencial, pero existía sólo en la periferia. Sus estudiosos —Moggalayan, Sariputta, Ananda— registrarían todo. Eso es un tesoro, porque un Buda es algo que ocurre rara vez. Todo debe registrarse, ni una sola palabra debe ser omitida, porque, quién sabe, esa única palabra tal vez signifique la iluminación para alguien. Pero el silencio también debía ser transmitido. De modo que existen dos tradiciones; la tradición de la escritura y la tradición del silencio. Muchas personas se iluminan, y en el momento en que se iluminan quedan en tal silencio, sienten tal satisfacción que ni siquiera el deseo de ayudar a los demás surge en ellos.
Pero los jainistas dicen que un tirthankara es una persona que ha acumulado algún karma —y esto es extraño—, que ha acumulado algún karma y tiene que cumplir con ese karma transmitiendo el mensaje a otros. No es una cosa muy buena, el karma no es una cosa muy buena. En su vida pasada ha acumulado karma que lo lleva a ser un maestro. No es una buena cosa porque requiere que algo se haga, que algo se complete, y debe hacerlo; entonces sus karmas se llevan a cabo, entonces queda completamente aliviado. El deseo de ayudar a los demás sigue siendo un deseo; la compasión hacia los demás sigue siendo energía que se mueve hacia los demás. Todos los deseos han desaparecido menos éste, el de ayudar a los demás. También ése es un deseo y, si ese deseo no desaparece, este hombre deberá regresar.
De modo que un maestro es aquel que se ha iluminado, pero en quien queda un deseo. Ese deseo no es un obstáculo a la iluminación —ayudar a los demás ayuda a iluminarse— pero seguirás apegado al cuerpo. Sólo un arroyo... Todos los manantiales se han cortado, pero aún queda un puente.
Había otras personas iluminadas, pero la llave no les podía ser dada; debía serle dada a Mahakasyapa, porque él sentía el deseo interior de ayudar debido a sus karmas pasados. Podía transformarse en tirthankara, podía transformarse en maestro perfecto. Y lo hizo bien. La elección de Buda fue perfectamente correcta; porque había otro de los discípulos de Buda a quien la llave se le podía haber entregado. Su nombre era Subhuti. Era tan silencioso como Mahakasyapa, aún más. Tal vez te sea difícil entenderlo; cómo el silencio puede ser más, cómo la perfección puede ser más. Es posible, pero está más allá de la aritmética ordinaria. Puedes ser perfecto, y puedes ser aún más perfecto, porque la perfección es un crecimiento, sigue creciendo infinitamente.
Subhuti era el hombre más silencioso de los que rodeaban a Buda, aún más que Mahakasyapa. Pero la llave no le podía ser dada debido a lo muy silencioso que era. Para empezar, no reía... Será muy difícil; estás entrando a un fenómeno muy complejo. La llave no se le podía dar porque no reía. No estaba ahí. Era tan silencioso que no estaba ahí para reír, no estaba allí para contener o no contener. Aun si Buda lo hubiese llamado, «¡Subhuti, ven!», no habría acudido. Buda hubiese tenido que acudir a él.
Se cuenta que un día Subhuti estaba sentado bajo un árbol cuando, repentinamente, y cuando no era la estación de las flores, comenzaron a caer flores sobre él. Así que abrió los ojos: ¿qué ocurre? El árbol no estaba en flor, no era la estación para eso; entonces, ¿de dónde venían esos repentinos millones de flores? Miró y vio muchas deidades que lo rodeaban desde todos lados, arriba del árbol, en el cielo, esparciendo flores. Ni siquiera les preguntó a esas deidades qué ocurría. Volvió a cerrar los ojos.
Entonces, esas deidades dijeron:
—Subhuti, te estamos agradeciendo por el sermón que diste acerca del vacío.
Y Subhuti replicó:
—Pero no he dicho ni una palabra, y me agradecéis por el sermón que di sobre el vacío. No he dicho ni una palabra.
—Ni hablaste, ni oímos; ése es el perfecto sermón sobre el vacío.

Estaba tan vacío que todo el cosmos lo sintió y los dioses tuvieron que ir a hacer llover flores sobre él.
Este Subhuti estaba ahí, pero tan silencioso que no estaba. Ni siquiera se preocupó en preguntarse por qué Buda estaba ahí sentado con la flor en la mano. Mahakasyapa no era como los demás, pero, en una manera, sí que lo era. Miró a Buda, sintió el silencio, sintió lo absurdo; había, pues, alguien que sentía.
Subhuti debe haber estado sentado en algún lado. En él no surgió ni una idea respecto a por qué Buda se sentaba en silencio ese día, por qué miraba la flor; no había esfuerzo por contenerlo, no había explosión. Subhuti estaba allí como si estuviese absolutamente ausente. No reía, y si Buda lo hubiera llamado, no habría acudido; Buda hubiese debido ir a él. Y nadie lo sabe; tal vez, si le hubiesen dado la llave, la habría tirado. No era un hombre destinado a tirthankara, no era un hombre destinado a enseñar, a ser maestro. No tenía karmas pasados. Era perfecto, tan perfecto, y siempre que algo es así de perfecto, se vuelve inútil. Recuerda, una persona así de perfecta es inútil, pues no puedes emplearla para ningún propósito.
Mahakasyapa no era así de perfecto, algo faltaba. Podía ser empleado, en ese faltante se podía meter la llave. La llave se le fue transmitida a Mahakasyapa, pues se podía confiar en que se la transmitiría a otro. En Subhuti no se podía confiar. La perfección, cuando es absoluta, simplemente desaparece. No está ahí, en el mundo. Puedes esparcir flores sobre ella, pero no puedes usarla. Es por eso que, aunque había muchas personas iluminadas allí, el escogido fue Mahakasyapa. Era un hombre que podía ser empleado para esta gran responsabilidad.
Esto es extraño. Por eso digo que la aritmética ordinaria no lo explica; porque te haría creer que la llave le debe ser dada al más perfecto. Pero el más perfecto olvidaría dónde puso la llave. La llave le debe ser dada a uno que sea casi perfecto, que esté en el umbral mismo de la desaparición, y que, antes de desaparecer, le pasará la llave a algún otro. La llave no puede serle dada al ignorante, la llave no puede serle dada al más perfecto. Debe ser encontrado alguien que esté justo en la frontera, que esté pasando de este mundo de ignorancia al mundo del saber, que esté justo en la frontera. Antes de que cruce la frontera, ese tiempo puede ser aprovechado y la llave transmitida. Encontrar un sucesor es muy difícil, porque incluso el más perfecto es inútil.

Les contaré un episodio que pasó muy recientemente. Ramakrishna trabajaba con varios discípulos. Muchos se realizaron, pero nadie sabe acerca de ellos. La gente sabe de Vivekananda, que nunca se realizó, y no sólo no era el más perfecto, sino que Ramakrishna no lo dejaba ser perfecto. Y cuando Ramakrishna sintió que Vivekananda iba a entrar en el samadi perfecto, lo llamó:
—¡Detente! La llave para esta entrada final me la quedo yo, sólo antes de tu muerte, tres días antes, la llave te será devuelta.
Y sólo tres días antes de que muriera, no antes, Vivekananda probó por primera vez el éxtasis.
Vivekanada comenzó a llorar y lamentarse:
—¿Por qué eres tan cruel conmigo?
—Algo debe ser hecho por tu intermedio. Debes ir a Occidente, al mundo; debes darle mi mensaje a la gente, si no se perderá —repuso Ramakrishna.
Había otros, pero ya estaban dentro; no podía decirles que salieran. No les interesaría ir a Occidente ni a ningún otro lugar del mundo. Dirían que sería un disparate hacerlo; eran iguales a Ramakrishna. ¿Por qué no iba él? Ya estaba dentro, y había que usar a alguno que estuviese fuera. Los que están muy lejos, fuera, no pueden ser usados; los que están casi dentro, bien cerca de la puerta, pueden ser usados; y antes de entrar deben transmitirle la llave a algún otro.
Mahakasyapa estaba bien cerca de la puerta, fresco, entrando al silencio, el silencio se volvía celebración y él sentía deseo de ayudar. Ese deseo fue empleado. Pero Subhuti era imposible. Era el más semejante a Buda, el más perfecto, pero cuando alguien es semejante a Buda, no sirve. Se puede dar la llave secreta a sí mismo; no hay necesidad de dársela. Nunca tomó a nadie como discípulo, Subhuti vivía en el vacío perfecto, y los dioses deben haberlo cubierto de flores muchas veces. Y nunca hizo un discípulo; nunca le dijo nada a nadie, todo era tan perfecto. ¿Por qué molestarse? ¿Por qué decir nada?
Un maestro está llevando a cabo sus karmas pasados. Debe cumplirlos. Y cuando yo deba encontrar un sucesor, habrá muchos Subhutis: no se les puede dar la llave. Habrá muchos Sariputtas: sólo se les pueden dar palabras. Debe encontrarse a alguien que esté entrando al silencio, celebrando, y ha sido retenido justo al lado de la puerta. Ése es el porqué.

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